Sillas vacías
- Gloria Beatriz
- 26 mar
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Actualizado: 28 mar

Se murió la tía, la última de los hermanos de mi padre. La tía solterona, la que vivió al lado de la abuela que murió, hace ya 24 años y permaneció en el apartamento con todo lo que había quedado de la casa de la familia en Aguadas. Ella era temperamental y no tenía reparo en mentarle la madre a quién se le atravesara. En los últimos años se volvió más huraña y ese apartamento se convirtió en su mundo y se veía asomada a la ventana como si estuviera en pueblo mirando la gente, los carros, los perros o simplemente viendo el tiempo pasar.
A ella le encantaban los acontecimientos de la familia y quería saber todos los detalles de cualquier accidente o enfermedad, para luego dedicarse a llamar al resto de los mortales y contar el suceso. Desde hace ya bastantes años había adquirido una obsesión por las bolsas de plástico, los cauchos, las cajas de margarina y los periódicos. Amaba comer y su debilidad eran los dulces y llegó a pesar más de 100 kilos. Acumuló en su cuerpo y cajones lo que no pudo llenar en su corazón.
Después del entierro, cuando volví a entrar a su hogar y empezamos a vaciar el apartamento, lo primero que note era que estaba lleno de sillas, eran las del consultorio del abuelo, las de la sala, las del comedor, las de plástico, todas estaban vacías y estuvieron así por muchos años, en ellas solo hizo visita la soledad.
Además, la tía no permitía que se le tocaran nada de las repisas, cajones o armarios, los cuales se fueron acumulando de polvo que cubrió de nostalgia los candelabros, las porcelanas y los cerros de periódicos. Esto ocasionó en nosotros, sus sobrinos, una rinitis constante y también el asombro al lavar las porcelanas y recobrarles su belleza perdida de una capa de mugre de más de 20 años.s
Los armarios eran territorios inexplorados, al abrirlos nos encontramos con cerros de bolsas que guardaban ropa, manteles, carpetas y sábanas del ajuar de la abuela quien se casó en 1929 porque la ley de la tía fue que el plástico era lo único que las preservaba del tiempo y de las polillas, lo cual no logró. Allí descubrimos, hermosos manteles de croché o sábanas con delicados bordados ya desechos y amarillentos, lo cual era irónico, porque ella tenía siempre el mismo mantel en la mesa, mientras se podrían las bellezas de la abuela que ella protegía infructuosamente del olvido.
Recorrer los cuartos fue un viaje hacía el pasado, tropezarme con pequeños objetos que me devolvían a la infancia en Aguadas, como un perro de madera que en su boca tiene un cepillo para limpiar los zapatos y que era mi juguete preferido en las tardes frías del pueblo, mientras miraba entrar la neblina por la ventana o el pesebre de la abuela que la tía nunca más volvió a sacar en navidad, aunque siempre le preguntaba por él y que significaba los diciembres en familia con todos los primos y tíos, las idas a las fincas o los encuentros nocturnos en el comedor donde siempre había una mesa con arequipe, dulce de mora, brevas y pionono.
Es una sensación muy extraña entrar a la vida de alguien que ya no está y leer su intimidad, encontrar sus cartas, en las cuales se sentía su angustia de tener que cuidar a la abuela, de hacerse cargo de la finca y de no tener una vida propia llena de sueños por cumplir.
Cuando limpiábamos o repartíamos sus pertenencias me imaginaba a la tía mentándonos madres en el más allá, especialmente cuando botamos sus bolsas (un aproximado de 2.000 bolsas) que había guardado con tanto recelo por tantos años, regalamos su ropa, nos repartimos los muebles y las copas de los abuelos y donamos a los ancianatos cosas que para ella eran un tesoro. Entonces pensé que esa misma suerte iba a correr mi casa cuando muriera, fue cuando escuché la voz de la tía diciéndome su frase célebre: “de malas”. Tienes razón: de malas porque así es la vida o tal vez la muerte.
Al encontrar los álbumes de fotografías recordé una tía alegre, joven que jugaba y cuidaba a sus sobrinos y que yo ya no recordaba. También fue volver a ver a los tíos, las tías que estuvieron tan presentes en mi vida. Fue revivir vidas que ya no están como la fotografía del matrimonio en blanco y negro de los abuelos en un marco de cuero y pensar que en ese momento empezó la historia de la familia y sus seis hijos. Solo quedamos sus nietos, bisnietos y tataranieto que seguirán en este caminar con las herencias emocionales y materiales que nos dejaron.
Siempre pensé y pienso que el existir de la tía era sin un propósito sin sueños y que se la pasaba viendo televisión y nada más. Su destino la llevó a eso y al final de su vida solo se cobijó con las bolsas de plástico y las cosas de la casa que guardaban un pasado que realmente, no se si fue alegre o amargo.
Gloria Beatriz Salazar de la Cuesta

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