“El agua que siempre es verbo, mucho más que sustantivo…
Todo fue, todo es, todo será, por el fluir del líquido vital”
Joaquín Araujo.
Somos fluidos: líquido amniótico, sudor, saliva, lágrimas, sangre, orina. Fluimos por esta vida porque somos agua. Nacemos en el agua, vemos a través del agua (los ojos son 95% agua), respiramos a través del agua (los pulmones son 90% agua) pensamos y sentimos a través del agua (el cerebro es 85% agua). Ese líquido que permite la vida y se convierte en parte de ella, es un elemento enigmático y maravilloso.
Ella no tiene tiempo, siempre fluye y renace en el incesante ciclo del agua, donde mágicamente se evapora por los rayos del sol para volar al cielo y convertirse en nubes, para luego desgajarse en un aguacero con rayos y centellas, luego con el frío solidificarse y convertirse en el hielo que coloniza las tierras más recónditas. Poderes que han inspirado a superhéroes.
El agua ha sido siempre la misma que se recicla una y otra vez. La que bebemos hoy pudo haber sido parte de un dinosaurio, porque hace 4.000 millones de años tenemos el mismo volumen de este líquido preciado. Siendo el 97% salada y solo el 2.5% es agua dulce y de ella tenemos acceso solo al 0.3%, ya que el resto está congelado o es subterránea o de difícil acceso. De ese porcentaje, el 70% se utiliza para la agricultura.
El agua abarca una inmensidad que no alcanzamos a divisar, lo que se ve desde el espacio es solo el 1%. El 99% del agua está en lo profundo, en lo que hay más allá de la superficie, no en vano llamamos a la tierra, el planeta azul.
El agua seduce como ningún otro elemento. Amamos el mar, las olas, sentarnos al lado de un río y escuchar su voz o navegar en la tranquilidad de un lago. Su visión hipnotiza y tranquiliza. Es diversión para ella y para nosotros como cuando vemos la felicidad de un bebé jugando con ella o solo verla fluir en un río o en las olas incesantes y en ese constante movimiento que da energía y libertad, regalándonos espectáculos maravillosos como las cataratas del Niágara o de Iguazú. Cascadas y caídas que nosotros queremos encerrar en las represas.
La voz del agua nos cuenta sus historias que son la música de la vida. Ella a través de la gravedad, la luna, los vientos y la tierra canta con sus sonidos. Cómo no escuchar el dúo del agua y el viento, el susurro de un lago, el murmullo de una quebrada, la voz potente de un río que canta con las piedras, el retumbar de las olas o la orquesta de una tormenta.
El agua está presente en cada actividad de la sociedad y de la producción económica, que hoy llaman la huella hídrica en la que se puede medir la utilización del agua en cada producto. Por ejemplo, una hamburguesa de 150 gramos de carne de res consume 2.400 litros de agua.
El liquido que nos da la existencia ha sido malgastado, ensuciado, contaminado, privatizado, apresado. Empecemos por la escasez, 2.200 millones de personas no tienen acceso al agua de una manera segura, 3.000 millones no tienen las instalaciones básicas para lavarse las manos. Sigamos con la crisis climática, la cual se manifiesta a través del agua: las inundaciones, aumento del nivel del mar, descongelamiento de los polos, exacerbación de los períodos secos o lluviosos y, por tanto, aumento de la escasez de agua potable.
El tiempo corre en contra y nuestra sociedad andina, que ha tenido agua siempre, no siente el peligro inminente del descongelamiento de nuestros glaciares. En Colombia solo quedan 6 de los 19 nevados que teníamos en el siglo XIX. En menos de 10 años desaparecerá la nieve del volcán nevado Santa Isabel y para el 2050 se espera la desaparición total de los glaciares en Colombia.
El agua sin la cual no podemos vivir, necesita nuestro respeto. Escasea para beber, pero sí sirve para disponer de nuestros desperdicios, la envenenamos con agroquímicos y desechos industriales, creando una paradoja, bastante humana, que es destruir lo único que permite que podamos vivir.
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