Tengo ahora como mi libro de lectura un hermoso ensayo que me ha hecho suspirar y amar más los libros: “El infinito en un junco” de Irene Vallejo, en el que presenta la invención de los libros en el mundo antiguo, con una fluidez, un conocimiento y una ternura inimaginables.
Con Irene viajé a la gran biblioteca de Alejandría, con sus palabras recorrí sus pasillos y los laberintos donde se apilaban miles de papiros traídos de todo el mundo conocido a través de los catálogos Calímaco. Ese lugar era la presencia viva del poder de la sabiduría y a la vez buscaba rescatar del olvido, el pasado para que fuera presente. Aunque fue consumida por las llamas su legado ha llegado hasta nosotros; por ello Ulises ha navegado hasta el siglo XXI. Pero la de Alejandría no era la única que existía en el mundo antiguo. También estaba Pérgamo con sus pergaminos y la de Éfeso, donde sentí su omnipotencia y sabiduría, aunque solo haya quedado de ella su entrada imponente.
Toda mi vida ha sido una fascinación por los libros. En el colegio fui una asidua viajera de la biblioteca que solo visitaban mis compañeras por castigo. Me acuerdo qué me portaba mal en clase de francés para poder ser enviada a ese lugar mágico. Hace algunos años regresé al colegio y lo primero que pregunté fue por los libros y el lugar donde viven; la encontré en otro sitio, un poco más oscuro, pero sin embargo continuaba teniendo la magia de la palabra escrita. Cuando me presenté a la bibliotecaria, ella me miró con asombro y me preguntó si realmente yo era Gloria Salazar y yo le digo que sí y la interrogo por su cara de sorpresa, a lo que me responde: es qué en una buena parte de los libros, en la tarjeta de préstamos, está su nombre.
Mi adolescencia la pasaba en la biblioteca del Banco de la República que fue mi segundo hogar, allí vivía entre los salones de lectura y los conciertos para terminar el día. También estaba la biblioteca de la casa donde vivían los libros del abuelo, de mamá y papá. Siempre sentí que iniciaba una nueva aventura cada vez que me ponía frente a un anaquel lleno de libros y títulos que me invitaban a viajar a mundos extraños.
Nunca me alejo demasiado de las bibliotecas. Continúo recorriendo los pasillos del Banco de la República, también las visito en mis viajes, desde la Virgilio Barco en Bogotá hasta la “British Library” en Londres. Y sigo teniendo mariposas en el estómago cada vez que cruzo su puerta. Debo confesarles que mi sala preferida es la infantil, donde puedo acariciar los libros, rozar la textura de sus hojas, oler sus perfumes que me cuentan de sus años, maravillarme con las ilustraciones y obviamente con las historias. Así inicio mi aventura plácidamente en un cojín con un hermoso libro-álbum para viajar con la niña que vive en mí.
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