Desde que tengo memoria disfruto de una colección de conchas -que continúo alimentando hasta hoy-. Siempre he recogido semillas y piedras en los ríos y caminos. Tengo una colección de animales de peluche de Colombia y una exclusivamente de armadillos y tortugas, creo que amo los caparazones.
Otra de mis debilidades son los álbumes, recuerdo una vez que mi abuela me regaló $2.000 pesos ¡Una fortuna! Que yo utilicé para comprarme una caja entera de láminas de “Amor es” un álbum que hizo historia en mi infancia. Tampoco se me olvida la furia de mi padre por haber malgastado el dinero.
Tengo en mi biblioteca un lugar especial para los álbumes de chocolatinas Jet que me enseñaron desde pequeña a amar a los animales. El último que estoy llenando es el de Parques Nacionales Naturales de Colombia, está bellísimo -se los recomiendo-. También tengo en mi recuerdos un álbum de la fundación Natura de mariposas que hice cuando estaba en la universidad.
No existe mayor placer que pegar una lámina, llenar una hoja y lograr intercambiar cuatro o más láminas por una difícil. Les cuento que antes de esta pesadilla de la pandemia todavía hacía lista de las que me faltaban del álbum de parques y mis amigas de natación me ayudaban a terminarlo. Ahora hay muy pocos de estos entretenimientos. Creo que los niños solo hacen un álbum cada cuatro años para el mundial de futbol. Debería haber muchos más, es una maravillosa forma de aprender.
Toda esta introducción para contarles que poseo una nueva afición: ¡Coleccionar estampillas! Aunque para el mundo lleva más de un siglo. Todo empezó cuando hace algunos años mi madre me regaló su colección, así entré en ese universo maravilloso. Conseguí un libro especial para guardarlas. Aún había muchas que estaban pegadas en los pedazos de sobres. Entonces, volví a la niñez cuando le ayudaba a ella a meter las estampillas en agua para que se desprendieran del papel, y ponerlas con el pegante hacía arriba para que se secaran. Luego separarlas por países y temas. Realmente no sabía mucho de la filatelia, hasta que llegó a mis manos una herencia de alguien que toda su vida había coleccionado estampillas, eran bolsas y bolsas sin clasificar, solo les digo que duré ¡dos años arreglando la colección! Después de haber recibido ese tesoro, me han llegado otros regalos, pero nunca de esa magnitud.
Con las estampillas he conocido y aprendido historia, geografía, además, he viajado por el mundo entero. Descubrí que, dependiendo del partido político del presidente, en el Frente Nacional, se imprimían estampillas de Santander o de Bolívar. Conocí al hombre más viejo de Colombia Javier Pereira (1789-1956) que dejó plasmado sus consejos para vivir muchos años: “No se preocupe; tome mucho café y fume un buen cigarro”. Igualmente, conocí la foca del Caribe que se extinguió hace ya un siglo o el bisonte de Norteamérica, que estuvo a un pelo de extinguirse. Supe qué país era Magiar: Hungría, además que tiene unas bellezas de estampillas. Viví la carrera del espacio, en la guerra fría, con las estampillas de USA y la URSS. También la “déclaration des droits de L’homme et du citoyen” (La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano).
También, debo confesar que no me gustó para nada poner en mi colección las imágenes de Hitler o del dictador yugoslavo Tito, en ese tiempo sus imágenes eran aclamadas como el preámbulo de una carta, pero hoy solo pueden contar un fragmento tenebroso de la historia de la humanidad.
Cuando se podía, es decir tres meses atrás, me iba para 4-72 a comprar las últimas estampillas como: el bicentenario de la independencia; la conmemoración de la visita del Papa Francisco o la de la firma del Proceso de Paz de la Habana. Aunque ya no se muy bien en que paquete o carta la pegan, el tiempo de internet se llevó de nuestra cultura esos pequeños pedacitos de papel impreso que nos contaban la vida y la historia de países lejanos.
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